Llegué a Terán, me bajé antes de la parada oficial. Terán
ahora es Tuxtla, pero antes mucho tiempo antes era Terán, municipio libre.
Sé que hay San José Terán y Terán, pero yo me refiero a Terán
únicamente.
Al bajarme del taxi, observé las vendimias a lo largo de la
calle principal, parecía domingo o verbena popular. Los locales establecidos
ofreciendo al menudeo y mayoreo enseres domésticos, comida, artículos para el
hogar, la oficina, el negocio y la salud. En las esquinas están los cocteles de
frutas o los atoles, o jugos naturales.
Algunos árboles sobreviven a la vera del cauce del Sabinal y
algunas casas de bajareque y teja se mantienen firmemente. No la conozco a profundidad.
Mi experiencia se limita a algunas veces
en las que por motivo de ir o regresar de la escuela caminaba alguna de sus calles.
Su paz imperturbable ante el progreso citadino.
Observé a un operador de telefonía, sacando monedas de una
caseta cerca de la iglesia. Sorprendente. Recordé que en mis días de estudiante
era cosa común usar las tarjetas LADATEL para comunicarme con mis padres en
Motozintla, y apurarme a contar novedades y expresar necesidades.
Sobresale un minúsculo edificio que alberga la casa de la
cultura allí se exhiben libros y fotografías antiguas, de autores teraleños. Hay
a un costado, un rótulo semicaido de lámina oxidada en el que se alcanza a leer
la leyenda de biblioteca pública. Enfrente, bajo el domo, están unas mujeres en
grupo practicando rutina de aereobics.
Al andar recordé a dos o tres amigos que vivián en calles
aledañas y que ocasionalmente visité. El primero un compañero de escuela que
vivía como hippie y el otro un darketo que era amigo de un amigo y un día nos
invitó a desayunar en su casa. Me
provocó risa comprobar que era hijito de mami en casa y en la escuela era otra
persona, por su apariencia era el foco
de atención de muchas de nuestras compañeras.
Hace veintitantos años anduve por acá.
Ursula y yo, salimos de la revisión de tesis en la Facultad,
no sé porque caminamos juntos, ¿o me ofrecía a acompañarla… o ella me lo pidió?
Nos sorprendió una llovizna, nos refugiamos en bajo la cornisa de la caseta de policía,
un árbol de Neem y otro de almendra circundaban el lugar, allí al estrechar su
cuerpo al mío, me dijo —“Hoy ten miedo de mi”. Y, si lo tuve, porque me habían
dicho que le patinaba el coco, pero terminé por llevarla cerca de su casa y
regresé pensando «¿Qué estoy haciendo aquí?».
Avancé y quise comprobar si aun persistían algunos comercios
de aquellos años, y sí, efectivamente allí están resistiendo.
Me vi en toma área, sobre mis hombros, y dije este fantasma
está siendo feliz de volver aquí.
Tuve el impulso de ir hacia donde se ponían los canguros,
con su vendimia, para comprar un cigarro, pero recordé que ya no fumo, y tampoco
vi ningún cangurito callejero.